jueves, 4 de julio de 2013

Crónica ruta en moto Toscana - Umbria 2013

Crónica de la ruta en moto por la Toscana italiana y parte de Umbria, realizada por el equipo de la aventura es la aventura y algunos amigos.

De vuelta de nuestra tradicional ruta de primavera de todos los años, de la que ya publicamos anteriormente un bonito video resumen, tenemos todavía trabajo por delante para digerirla. Hay rutas que salen bien, en las que el ánimo general es bueno y los percances se solucionan de una u otra manera, rutas que salen mal, donde los incidentes se suceden sin solución de continuidad y luego está la que nos ha tocado vivir, más rara que un político honesto, que nos ha dejado con un sentimiento profundamente ambivalente.



Dante es, probablemente, el poeta toscano más conocido en el mundo. Nació en Florencia en el siglo XIII y en su obra cumbre, La divina comedia, describe su paso en un viaje imaginario por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Su descripción del infierno y la cantidad de ilustraciones que diversos artistas han hecho de su obra, parece que han aterrorizado durante siglos a los europeos, porque se suele calificar como “dantesco” a algo horroroso y sobrecogedor. Pero Dante también escribió sobre el Paraíso, por lo que el significado de “dantesco” debería ser más amplio e incluir la felicidad y la plenitud. Quizás el fantasma del poeta siga vagando por aquella tierra y nosotros, imbuídos por su etérea presencia, hicimos realmente dantesca nuestra ruta: las discusiones cuando intentábamos decidir qué hacer eran el Infierno, los kilómetros de carretera nuestro Purgatorio de mal rollo y todos queríamos acariciar el Paraíso cuando parábamos a comer. Esta crónica tiene que seguir obligatoriamente esa estructura para describir los 3 estados que vivimos, superpuestos en cada jornada, luchando entre ellos, pero complementándose a la vez. Una guerra de todos contra todos donde nadie puede ganar.

¿Cómo ha sido la ruta? Dantesca. ¿Cómo nos ha ido? Bien y mal.

El Infierno

La cosa empezó mal desde que posamos las ruedas en tierra italiana. Nada más bajar del barco (que llegó con 6 horas de retraso, por cierto) en Civitavechia el sábado, la primera avería: rotura de un latiguillo de freno y moto sin frenos delanteros. Esta ciudad portuaria a unos 70 kilómetros al norte de Roma, está todavía en la región de Lazio. Fuera de la influencia del espíritu de Dante, que sólo actúa en la Toscana, fuimos capaces de hacer frente al imprevisto. Gracias a la pericia mecánica de Luis y la ayuda de todo el grupo, unos buscando hotel y otros echando una mano con la moto, conseguimos anular una de las 2 pinzas de los frenos delanteros. Así tendría frenos en uno de los dos discos de delante y en el de atrás. Eran las 4 de la madrugada cuando llegamos al hotel y al día siguiente había que levantarse pronto para seguir purgando frenos, porque nos habíamos quedado sin el poco líquido que teníamos.

La moto de Raúl perdiendo líquido de frenos...

Tuvimos que sacrificar Viterbo para poder llegar a Perugia, capital de Umbria, el domingo por la tarde y el lunes pasamos una bonita mañana esperando en la puerta de un taller a que cambiaran los latiguillos de freno a la moto averiada. Toda la mañana sufriendo las carencias de un mecánico incapaz de purgar unos frenos y de una calamidad de máquina purgadora, únicamente cualificada para emitir un amplio espectro de ruidos extraños. Cuando nos dijeron que la bomba estaba rota y había que esperar a la tarde para seguir la reparación, entramos en tropel al taller y terminamos con aquella agonía. Ni bomba rota ni historias; purgado a la vieja usanza, paciencia y todos a la carretera.

Ya en el taller, acabamos purgando nosotros.
¡Por fin la moto lista para la ruta!

Este incidente provocó un retraso en la ruta prevista. En lugar de dormir en Florencia, lo hicimos en Siena, prácticamente a mitad de camino, hasta donde llegamos muy de noche gracias a unos avituallamientos que ya empezaban a ser bastante generosos. Ahí también empezó a estallar cierta tensión que debía haber acumulada por alguna oscura razón. La tensión produjo una postura a la defensiva por parte de todos; un refuerzo del individualismo que hirió gravemente el espíritu de grupo y marcó el devenir de la ruta. Los imprevistos siempre suceden, las rutas no salen nunca como se planean, es precisamente uno de los alicientes, pero cuando cada uno está con el yo-yo, mi-mi, la cosa se hace difícil y si encima no somos capaces de superar esa fase, el infierno nos espera. A partir de Siena nada fue sencillo. No nos poníamos de acuerdo dónde ir, qué visitar, dónde dormir, dónde dejar las motos, qué hacer en definitiva. Sólo había consenso a la hora de elegir dónde nos metíamos el pantagruélico papeo que tocaba. Y ni siquiera la comida era del gusto de todos…

Plaza del Palio, Siena.



Duomo de Siena




No merece la pena recrearse más en el mal rollo. No acabamos acuchillándonos los unos a los otros, seguimos siendo amigos. Al fin y al cabo tenemos una edad, aunque está bien tener presente que nunca se está a salvo de cometer errores más propios de la adolescencia o de la infancia.

El Purgatorio

El Purgatorio es aquel estado transitorio donde los cristianos pueden purificarse y redimir sus pecadillos, pero también la consecuencia de un mal purgado de frenos. Por alguna misteriosa razón fuimos condenados a hacer kilómetros por la Toscana hasta que consiguiésemos anular el retraso que teníamos en la ruta o bien dejar de discutir, en un juicio sumarísimo. La carretera se convirtió en nuestro abogado y el cielo en fiscal, arrojándonos nubes sin descanso. Tuvimos poca lluvia, pero la amenaza fue constante.


Muy poco tiempo tardamos en dejar la autopista para rodar definitivamente por las carreteras interiores que tanto nos gustan y probar el tipo de terreno que íbamos a estar pisando durante ocho días. Allí las carreteras más generales son más estrechas y con menos arcén que las nacionales de aquí. También hay menos diferencia entre las más generales y las menos generales que en las nuestras y la señalización es deficiente, aunque no supuso ningún problema para nosotros porque dejaba a nuestro criterio cuándo se podía adelantar. Nosotros, conductores siempre prudentes, nos sentimos con más libertad de movimientos y lo agradecimos. El asfalto es, quizás, un poco peor del que estamos acostumbrados; hay más parches y la superficie es ligeramente más deslizante. Esta circunstancia supuso alguna incomodidad para las motos más deportivas, pero nuestras trail se encontraron muy cómodas y nosotros disfrutamos mucho encima de ellas. Quien haya viajado por Italia sabrá que la mayoría del transporte de mercancías y pasajeros se hace por medio de su impresionante red ferroviaria, así que tienen unas carreteras adecuadas a sus necesidades. En España, la cantidad de camiones y autobuses que vagan por la red de carreteras es mucho mayor, por eso es posible que se note algo más desarrollada.



A estas alturas de año, en plena primavera, la diversidad cromática del paisaje de la Toscana es menos variada que durante otras estaciones. No vimos esa famosa mezcla de tonos ocres y rojizos del cereal maduro, la tierra una vez que ha sido recolectado, o de los árboles de hoja caduca en otoño, junto con los diferentes tonos verdes de las viñas, cipreses, olivos y encinas. Todo lo monopolizaba un verde que, con distintos tonos y texturas, pintaba la vasta extensión de colinas que conforman el paisaje toscano. Sólo cambia en el norte, territorio gobernado por los Apeninos donde hicimos los pasos de Giogo y la Futa, y en la costa -todo un descubrimiento-.


El precioso pueblo de Roccastrada.



No era nuestra intención pasar mucho tiempo en las ciudades; entrar en ellas resulta algo engorroso para una caravana de motos. Preferimos hacer más kilómetros disfrutando del paisaje y pueblos más pequeños, llegar a lugares remotos que sólo es probable encontrar buscando carreteras con trazados sinuosos y asfaltos olvidados. Aun así, se hace difícil estar tan cerca de Florencia, Siena, Pisa, Lucca o Perugia y no parar a echar un rápido vistazo cuando menos. Decidimos ver algunas y dejar otras, no sin su correspondiente disputa. Los que hemos viajado a Italia en otras ocasiones, ya las conocemos y van a seguir allí mucho tiempo esperando una ocasión más favorable para visitarlas. Sí quisimos disfrutar del las poblaciones más famosas de los alrededores de Siena y Florencia: Volterra, San Gimignano, los pueblos del Chianti… La Toscana más conocida y turística, la de las fotos y películas, la de las villas, la de esas vistas espectaculares donde todo está perfectamente colocado, uno de esos lugares en los que te sientes como si estuvieras en un escenario, pero más que por artificial por conocido. Esa débil consciencia cuando algo te suena, cuando tienes la impresión de que lo que ves no te resulta del todo extraño a pesar de no haber estado nunca allí y que probablemente se deba a la cantidad de imágenes ajenas que guardas en un sitio profundo del cerebro, junto al resto de tenues recuerdos enterrados que ya forman una maraña difícil de desentrañar.

San Gimignano, la ciudad de las torres.





Hay más Toscana en Italia. Hacia el norte, las colinas van convirtiéndose en montañas y las viñas, cipreses y cereales, en hayedos, bosques de abetos y pastos, a la vez que notas en tu piel cómo baja el termómetro. Son los Apeninos, ansiosos de protagonismo, erigiéndose en los amos de la zona. Volvía a nosotros ese entusiasmo especial al empezar las curvas de montaña, cruzar el paso de Giogo y el famosísimo de la Futa. ¡Cuánto tiempo parecía que hacía que no montábamos en moto!.





Hacia el sureste, de camino a la costa, hay una zona que nos encantó. Es la parte baja de la Toscana en los alrededores de Pitigliano, un pueblo precioso subido en una roca. Sigue siendo la Toscana, pero como si estuviera más descuidada. El cereal menos cortado, más salvaje, las viñas no tan esmeradamente colocadas y las villas más escasas e imperfectas. Una Toscana menos fina, más barata, pero igualmente cautivadora. Los pueblos, encaramados también en las cimas de las colinas, tienen un aspecto menos señorial, pero no por eso dejan de tener historia y encanto. Los turistas también son mucho más escasos en esta zona, por eso notamos más cercanía con la gente.

Llegando al mar, las colinas van dejando paso a los llanos y cuando te quieres dar cuenta, te encuentras en una típica costa mediterránea. Desde el parque natural de Maremma, pasando por Talamone hasta Orbetello y esa extraña península que en realidad es como una isla, con su pescadito, sus pinos, su brisa, sus carreteritas culebreando por las montañas al borde del mar, que todo lo impregna con su olor. ¿Podéis cerrar los ojos e imaginarlo?. Yo tengo este paisaje mediterráneo en los genes.

No todo fue Toscana. También estuvimos en Umbria. Allí también hay colinas, pero destacan los conjuntos de montes y valles. Recuerdo con emoción la vista del Valle de Umbra desde uno de los montes que lo flanquean, donde alguien con mucho sentido común decidió poner el pueblo de Asís. Mientras vas subiendo es difícil imaginarse la vista que te vas a encontrar arriba. Es como una maqueta perfecta, la verdadera armonía entre paisaje y ser humano, un placer para la vista sin desaciertos arquitectónicos ni monstruos setenteros ni casonas que reflejen la vanidad más burda. Qué envidia.

Vistas desde Assisi.

El Paraiso

Diga lo que diga algún raro, en Italia se come muy bien. Por eso resulta tan fácil refugiarse en la comida  ante cualquier síntoma de estrés. Como nosotros somos gente práctica y sencilla, en cuanto empezaron las discusiones escogimos la opción más simple y solicitamos asilo ansiolítico en los restaurantes, donde fuimos acogidos con los brazos abiertos. Esto no ocurrió de un día para otro, sino que tuvo una evolución lo sufucientemente gradual como para no alarmarnos durante el viaje. Lo primero que compramos de comida para el barco en un DIA de Barcelona podría calificarse más de víveres que otra cosa: unas cuantas barras de un misterioso embutido con aspecto de fuet, junto con un enorme pedazo de chorizo a los que les faltaban varios meses de curación para estar mínimamente comestibles y un gigantesco trozo de algo similar al choped, pero que al entrar en contacto con la boca se convertía en un engrudo con pocas posibilidades de ser bien digerido. Como somos gente austera, lo cenamos sin rechistar, pero fue nuestro compañero de viaje durante varias jornadas hasta que pudimos acabar con ello. Aumentamos un poco el nivel en nuestra primera comida italiana, muy cerca de las cascadas de Marmore, donde nos paramos a comer unos panini de porchetta y unos trozos de pizza al corte, en la terraza de una tiendecita de elaboración propia. Esa misma noche comenzamos a apuntar maneras en Perugia, donde dimos buena cuenta de un generoso menú compuesto por primer y segundo plato, más postre y chupito. Libres todavía de malos rollos, decidimos dañarnos los estómagos con una salsa hecha a base de esos peperoncini italianos tan picantes. Como somos gente viciosa, nos enchilamos a gusto la boca y el resto del aparato digestivo. Eso nos costó a los que más nos atrevimos unos días con las tripas algo descompuestas, pero no nos importó gran cosa.


Al día siguiente, tras la eterna espera en las puertas del taller donde Raúl se dedicó a repetir una y otra vez el mismo gag, que consistía en entrar a preguntar al mecánico si le iba a poner los latiguillos a la moto y salir sin haber obtenido ninguna respuesta, nos paramos en un restaurante con muy buena pinta a las afueras de Perugia. La premura por reemprender la marcha nos aconsejaba no demorarnos demasiado. Como somos gente prudente, nos comimos un plato de pasta muy rico cada uno. Frutti di mare, al scoglio, con salmón y ricotta, al funghi… cada cual con sus cositas, pero todas al dente. Unas horas más tarde la lluvia nos detuvo en Castelnueovo Berardenga, un pueblecito en medio de una tormenta. Tardamos un poco en encontrar un bar, pero dimos en el clavo. Lo regentaba un napolitano  muy simpático que había emigrado allí hacía tiempo y nos caló nada más entrar por la puerta.
– Para vosotros tengo una cerveza de barril especial. Ésta es rubia, ésta más tostada y ésta doble malta – dijo mientras preparaba unos trozos de pizza como aperitivo. En la siguiente ronda se presentó en las mesas con un casatiello recién salido del horno, una especie de pan con trozos de carne de cerdo, huevo y queso dentro, receta de su tierra. Algo muy parecido a un panettone salado, o a un hornazo pero más gordo y esponjoso. Como somos gente agradecida, hubo una tercera ronda. Cuando nos quisimos dar cuenta, prácticamente se había hecho de noche. El plan era seguir un poco para encontrar sitio donde dormir, pero la lluvia, la noche, la carretera que no paraba de curvarse a derecha y a izquierda intentando despistarte en medio de aquel infinito bosque, hizo que descuidásemos por completo aquella empresa. Inmersos en conseguir la conducción más fina posible, disfrutando como enanos de las condiciones adversas, lo único que pudo romper la concentración fue un enorme neón rojo que ponía “pizzería” justo enfrente de nuestras viseras. No sabría decir con precisión cuánto tiempo había pasado, pero ya estábamos a 10 kilómetros de Siena. Era tarde y nuestra última oportunidad para cenar. Como somos gente inteligente, no la íbamos a desaprovechar. Dentro del restaurante nos esperaba una mesa llena de vinos del Chianti, un horno de piedra y una lista de pizzas imposible de memorizar. Sí, en aquel momento tocábamos el cielo con las manos y fue precisamente cuando se empezó a desatar el infierno. Pero de eso ya he hablado antes.


Un nuevo día y nuevos manjares esperando a ser devorados por estos motoristas inmisericordes. A la hora de comer, una degustación de vinos y embutidos de la zona en Greve in Chianti, uno de los pueblos más visitados de la Toscana. Después, pasamos sin parar por Florencia, hicimos los pasos del Giogo y la Futa y volvimos a hacer diana en el lago Brasimone. Hay gente que tiene un sexto sentido para ciertas cosas. Están los que calan a las personas a la primera, los que aparcan siempre en la puerta allá donde van y el mejor sexto sentido de todos para viajar con ellos: los que siempre encuentran como por casualidad el mejor sitio para comer de la zona. Pues teníamos en el grupo unos cuantos y no lo digo por este viaje en concreto; está debidamente contrastado con años de experiencia junto a ellos. Paramos en el lago a hacer una foto, empezamos a hablar de buscar un sitio para dormir porque estaba atardeciendo y justo detrás de nosotros aparece mágicamente un hotel restaurante con muy buena pinta. En esa zona era temporada baja, por eso el precio era bueno y el hotel estaba vacío, así que nos quedamos. Viendo la carta nos pareció que la comida iba a estar bastante buena porque no entendíamos nada. Era un claro indicio de que los platos estaban muy elaborados. Tras acabar con la paciencia del camarero atiborrándolo a preguntas sobre la comida, nos sugirió montarnos una especie de menú degustación: un plato con tres primeros, otro con tres segundos y por último otro con tres postres. Como somos gente razonable, aceptamos. Cómo nos pusimos. Y qué rico. El sexto sentido seguía funcionando a pleno rendimiento.

Lago Brasimone.
La colección de coches del "Albergo da Gilberto"



Amaneció un día espectacular para darse una vuelta en moto: un solitario y enorme sol en el cielo y una temperatura más bien fresquita. Mañana de escisión en el grupo. Algunos quisieron ver Pisa mientras otros nos dedicamos a pasear en moto parándonos a comer por aquí, unas cervecitas por allí, momentos de sosiego en medio de la ruta.   Nos esperaba un reagrupamiento en Volterra y cena con las pizzas más grandes que he visto en mi vida. Como primer plato, porque a partir de ahí las comidas y cenas las hicimos de dos platos y postre. Probamos más pizzas, calzone, pastas de todo tipo, tagliata de ternera con setas, rúcula o trufa, estofados de jabalí, conejo, hasta una pizza de nutella que se pidió algún desaprensivo como mágico fin de fiesta en Pitigliano. En la costa, en Orbetello, pasta frutti di mare de primero y fritura de pescado de segundo. A esas alturas ya salíamos a reventón en cada comida. Sin dejar a un lado los desayunos, por supuesto. En cualquier alojamiento que fuera hotel y no hostal, desayuno tipo bufet: una mesa llena de embutidos, jamón, frutas, tomates, bollos, tostadas, mermeladas, mantequilla… una barbaridad. Muchos kilos escondidos bajo nuestra piel nos delatan.

Raúl en Pisa.
Espectacular Pitigliano


No todo fue comida en el Paraíso. Ha habido momentos increíbles y anécdotas muy divertidas. Imaginad la siguiente escena: un tipo vestido de moto, con el casco en la mano, entra en un hospital y pregunta: “¿tenéis hueco para siete?”. En realidad es porque ha confundido “ospedale” (hospital en italiano) con algún tipo de derivado de “hospedaje” en castellano, pero ellos no tienen por qué saberlo. Se debieron quedar estupefactos. A mí me parece toda una declaración de intenciones. Habría pensado que  siete motoristas kamikazes han venido a mi tranquila villa para montar una carrera ilegal que no va a parar hasta que se desollen todos.

Península de Orbetello
¡Por fin en el mar!
Este es el relato de nuestra ruta por Toscana-Umbria. Ahora, cuando ha pasado un poco de tiempo me doy cuenta que mis recuerdos más frescos son los mejores momentos. Supongo que a todos nos está pasando lo mismo, que preferimos quedarnos con lo bueno. Me parece una buena costumbre.

¡Hasta la próxima!

7 comentarios:

  1. Llámame raro y a mucha honra y orgulloso de serlo. Esto es una recomendación para todo el que vaya a Italia, si no te gusta la pasta o no eres simpatizante de ella lo vas a pasar mal ni ensaladas ni pescado ni chuletones, la cosa está muy mal y si se te mete en la cabeza probar el famoso Tiramisú ólvidate parece más propio de Cuenca que de Italia pues creeme hay más posibilidad de probarlo en Cuenca y si eres Celiaco tienes un problema muy grande en Italia ¡Suerte!

    ResponderEliminar
  2. Aunque efectivamente hay mucha pasta en Italia (menuda novedad), yo he comido ensaladas, pescado y carne. Claro, que si no lo pides, no lo puedes comer :)

    ResponderEliminar
  3. Al cronista:

    Sencillamente, genial.

    Sólo una puntualización. Creo intuir que para "alguno" el infierno comenzó unos 600 kilómetros antes de alcanzar la frontera (véase grupo whatsApp del 17/05/2013). Menos mal que alcanzasteis el purgatorio, para redimir, y el paraíso, para disfrutar y, de paso, engordar un poquito (según cantidad ingesta descrita).

    Enhorabuena una vez más!

    ResponderEliminar
  4. COMO DESARROLLAR INTELIGENCIA ESPIRITUAL
    EN LA CONDUCCION DIARIA

    Cada señalización luminosa es un acto de conciencia

    Ejemplo:

    Ceder el paso a un peatón.

    Ceder el paso a un vehículo en su incorporación.

    Poner un intermitente

    Cada vez que cedes el paso a un peatón

    o persona en la conducción estas haciendo un acto de conciencia.


    Imagina los que te pierdes en cada trayecto del día.


    Trabaja tu inteligencia para desarrollar conciencia.


    Atentamente:
    Joaquin Gorreta 55 años

    ResponderEliminar
  5. Faltan chicas en las fotos!!!

    ResponderEliminar
  6. Hola me llamo Patricio, quería sabe si me pueden ayudar a elegir una ruta. Viajo en febrero a Italia, se que es pleno invierno, pero no le temo a la lluvia. LLego a Roma y solo tengo 5 días para viajar. ME pueden recomendar rutas y los mejores lugares para ir.

    Saludos,

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Buenas Patricio,

      Es complicado recomendar, porque el viaje depende de cada uno, los kilometros que quiera hacer al día, si prefiere ver ciudades, naturaleza, o simplemente puertos de montaña. En cualquier caso, cualquier cosa por la zona te encantará, seguro que vayas a donde vayas lo vas a disfrutar.

      Un saludo

      Eliminar